martes, 30 de junio de 2009

AMÉRICA, UNA INTENCIONALIDAD...



América es el Continente Nuevo para los aventureros. Éste se incorpora a la “historia”. Se rompe aquella imagen de existencia lineal. La ruptura altera los planes del conquistador que viene en búsqueda de riquezas y encuentra unas tierras maravillosas, ricas, ajenas y sin límites. Se rompe con la cultura del aborigen, con la diversidad de costumbres y ritos, con el pensamiento. Este Nuevo Mundo tan distanciado culturalmente, es la cuna de la lucha entre el opresor codicioso y un oprimido asustado y temeroso. El lenguaje son las señales y la simulación.

Todo parece extraño al hombre invasor. La ansiedad por las propiedades lo lleva a ‘capitular’, a pactar con la Corona Española que, bondadosamente, accede a tal pedido. Las tierras conquistadas quedan saqueadas; son un campo de batalla donde el poderoso ridiculiza al aborigen, deshumanizándolo. Es como, algunos religiosos dieron una voz de aliento y, en ocasiones se aboga para lograr un mejor trato. “Es la consolidación de la república de los siervos en beneficio de la república de los libres... La dura pedagogía de la opresión es el constitutivo esencial del paso del no-ser al ser: del bárbaro al civilizado, del infiel al evangelizado”[1]. El indio está indefenso y al servicio del opresor; reducidos a una esclavitud práctica de servicio personal y despojado de su propiedad económica y cultural.

El saqueo y la muerte son justificados. Nuestro indio vive en libertad, amando y luchando con la naturaleza. Pero, ahora lucha contra una fuerza que lo somete a trabajos forzados. Se usa la violencia para la conquista y la “evangelización” para educarlo. Sin embargo, las creencias, la estructura social, las costumbres son abolidas por una cultura ajena y sin sentido inicial: nueva lengua, práctica de nuevas leyes y un esquema de servicio.

El campo de lucha indígena está desolado en el “pensamiento”. Se impone la cultura del servicio con un legado desconocido. Los religiosos que acompañan al conquistador pretenden la evangelización del indígena, para salvar su alma. En el transcurso, nace una ola indigenista que defiende la no – violencia y pregona justicia en el trato. Los desmanes de la conquista continúan por móviles económicos “como los repartimientos de tierras, la encomienda de indios, el servicio personal, la carga, las naborías, la boga, el laboreo de minas, el sistema de tributación, entre otras, fueron haciendo irreversible el establecimiento de lo que sería lentamente la Nueva Granada y la actual Colombia”[2].

Estos aventureros quieren la organización de una nueva sociedad, en donde la colonización arrasa con los vestigios humanos del indio a través de la explotación. Las ruinas de la cultura aborigen inician un proceso de encuentro con la cultura peninsular. Es un encuentro violento en donde la espada, el escudo y el arrojo invasor aplastan la resistencia original[3], gracias a las argucias de la Real Audiencia del Nuevo Reino de Granada. Pero, el indio vive una situación miserable por la dependencia total con relación a la Metrópoli, caracterizada por un rígido centralismo y por dar valor a la mano de obra.

La relación cultural con el aborigen es la marginación y la degradación humana. El medio de comunicación es el trabajo y la esclavitud. La palabra no guarda sentido ni significado para el invasor. Los lamentos son el medio de expresión que guardó sentido y valor de ‘escucha’.

El indio actúa y piensa. La rebeldía se encamina a la búsqueda de la autenticidad y a romper los lazos de la esclavitud que han impedido el despertar. La corrupción del ‘salvaje’ – como persona - acaba con la estructura cultural. Sin embargo, el indígena es una persona con plena libertad. La lucha es constante contra un título de legitimidad y servidumbre esclavista. Los defensores son incapaces de romper con las crueldades e injusticias del reino.

El aborigen no puede estar alejado de la realidad. Él se hace partícipe de la humanización, de la utopía planteada de ‘crear’ un hombre nuevo en un mundo explotado. ¿Cómo recibir enseñanzas prácticas cuando hay deshumanización? ¿Cómo crear un ambiente literario para escuchar los lamentos? Se tiene que formar una sociedad nueva, donde el español, el indio y el negro la componen en una tentativa de mestizaje. Una sociedad que busca y da razón a la identidad personal y cultural. Hay manifestaciones con intencionalidad filosófica, literaria e ideológica... que tomarán las riendas dialécticas de la sociedad.


[1] SALAZAR R., Roberto J. Filosofía de la Conquista de Colombia. Editorial El Búho. Bogotá, 1983. Pág. 24 – 25.

[2] SALAZAR R., Roberto J. Filosofía de la Pacificación en Colombia. Editorial El Búho. Bogotá, 1984. Pág. 7 – 8.

[3] Ibídem. Pág. 11 – 12.


Por Luis I. Rodríguez

lunes, 29 de junio de 2009

RETORNOS DEL OTOÑO - Rafael Alberti -



Nos dicen: Sed alegres.
Que no escuchen los hombres rodar en vuestros cantos
ni el más leve ruido de una lágrima.
Está bien. Yo quisiera, diariamente lo quiero,
mas hay horas, hay días, hasta meses y años
en que se carga el alma de una justa tristeza
y por tantos motivos que luchan silenciosos
rompe a llorar, abiertas las llaves de los ríos.

Miro el otoño, escucho sus aguas melancólicas
de dobladas umbrías que pronto van a irse.
Me miro a mí, me escucho esta mañana
y perdido ese miedo
que me atenaza a veces hasta dejarme mudo,
me repito: Confiesa
grita valientemente que quisieras morirte.

Di también: Tienes frío.
Di también: Estás solo, aunque otros te acompañen.
¿Qué sería de ti si al cabo no volvieras?
Tus amigos, tu niña, tu mujer, todos esos
que parecen quererte de verdad, ¿qué dirían?

Sonreíd. Sed alegres. Cantad la vida nueva.
Pero yo sin vivirla, ¡cuántas veces la canto!
¡Cuántas veces animo ciegamente a los tristes,
diciéndoles: Sed fuertes, porque vuestra es el alba!

Perdonadme que hoy sienta pena y la diga.
No me culpéis. Ha sido
la vuelta del otoño.


ALBERTI, Rafael. Retornos del otoño. Poema.

domingo, 28 de junio de 2009

A LA SOMBRA TE SIENTAS DE LAS DESNUDAS ROCAS -Rosalía de Castro -


A la sombra te sientas de las desnudas rocas,
y en el rincón te ocultas donde zumba el insecto,
y allí donde las aguas estancadas dormitan
y no hay hermanos seres que interrumpan tus sueños,
¡quién supiera en qué piensas, amor de mis amores,
cuando con leve paso y contenido aliento,
temblando a que percibas mi agitación extrema,
allí donde te escondes, ansiosa te sorprendo!

—¡Curiosidad maldita!, frío aguijón que hieres
las femeninas almas, los varoniles pechos:
tu fuerza impele al hombre a que busque la hondura
del desencanto amargo y a que remueva el cieno
donde se forman siempre los miasmas infectos.

—¿Qué has dicho de amargura y cieno y desencanto?
¡Ah! No pronuncies frases, mi bien, que no comprendo;
dime sólo en qué piensas cuando de mí te apartas
y huyendo de los hombres vas buscando el silencio.

—Pienso en cosas tan tristes a veces y tan negras,
y en otras tan extrañas y tan hermosas pienso,
que... no lo sabrás nunca, porque lo que se ignora
no nos daña si es malo, ni perturba si es bueno.
Yo te lo digo, niña, a quien de veras amo:
encierra el alma humana tan profundos misterios,
que cuando a nuestros ojos un velo los oculta,
es temeraria empresa descorrer ese velo;
no pienses, pues, bien mío, no pienses en qué pienso.

—Pensaré noche y día, pues sin saberlo, muero.

Y cuenta que lo supo, y que la mató entonces
la pena de saberlo.

DE CASTRO, Rosalía.A la sombra te sientas de las desnudas rocas. Poema.

sábado, 27 de junio de 2009

EL AMOR NUEVO - Amado Nervo -



El amor nuevo
Todo amor nuevo que aparece
nos ilumina la existencia,
nos la perfuma y enflorece.

En la más densa oscuridad
toda mujer es refulgencia
y todo amor es claridad.
Para curar la pertinaz
pena, en las almas escondida,
un nuevo amor es eficaz;
porque se posa en nuestro mal
sin lastimar nunca la herida,
como un destello en un cristal.

Como un ensueño en una cuna,
como se posa en la ruina
la piedad del rayo de la luna.
como un encanto en un hastío,
como en la punta de una espina
una gotita de rocío...

¿Que también sabe hacer sufrir?
¿Que también sabe hacer llorar?
¿Que también sabe hacer morir?

-Es que tú no supiste amar...

NERVO, Amado. El amor nuevo. Poema.

viernes, 26 de junio de 2009

CRISTAL - Paul Celan -


No busques en mis labios tu boca,

ni en la puerta al extraño,
ni en el ojo la lágrima.
Siete noches más arriba
pasa el rojo hacia el púrpura,
siete corazones más adentro
insiste la mano en la puerta,
siete rosas más tarde
se escucha el rumor de la cisterna.

De noche, cuando el péndulo del amor
oscila entre el siempre y el nunca jamás,
tu palabra derriba las lunas del corazón
y tu ojo azul -borrascoso-
le entrega el cielo a la tierra.
Desde una lejana arboleda
oscurecida por el sueño
llega hasta nosotros el aliento
y lo que perdimos transita inmenso
como un espectro del futuro.
Lo que ahora se hunde y se levanta
quiere lo sepultado en la entraña:
ciego como la mirada que cambiamos,
el tiempo lo besa en la boca.

CELAN, Paul. Cristal. Poema.

jueves, 25 de junio de 2009

SILENCIO EN LA PENUMBRA -Asunción Gómez Vicos -

Hay silencio en la penumbra,
y el viento está adormecido,
templado y enmudecido,
entre el haz tenue… que alumbra.

Sigilo y prudencia habita
en la noche misteriosa,
reservada y cautelosa,
su coraje… debilita.

¡Misterio en la noche oscura!
¡Valentía… sin derroche!
¡Misterio en la negra noche!
Espesa sombra… conjura.

Espíritu, tú que erras
rebuscas paz y reposo,
hostigado, y en acoso
buscas, quietud en mis tierras.

Las que conceden morada
al alma mortificada,
perseguida y castigada,
afligida y sentenciada.

Respiro eterno te damos
en nuestro valle verdoso,
nuestro blasón caluroso
te enterrará con sus manos.

El ente suspirará…
Para siempre sin castigos,
y lejos ya de enemigos...
Su descanso encontrará.

GÓMEZ VICOS, Asunción. Silencio en la penumbra.

martes, 23 de junio de 2009

LA FLAUTA DEL PASTOR -Ismael E. Arciniegas -

Una flauta en la montaña...
es la flauta del pastor...
la luna los campos baña...
¡Vuelve el antiguo dolor!

Esa música que viene
un recuerdo a despertar,
¡cuán honda tristeza tiene!
¡cómo hace a solas llorar!

Cogiendo en el huerto
flores una mañana la vi.
La misma canción de amores,
cogiendo flores, le oí.

Tocando, en la noche en calma,
su flauta sigue el pastor.
Llora el recuerdo en el alma...
¡Volvió el antiguo dolor!

ARCINIEGAS, Ismael Enrique. La flauta del pastor. Poesía.

lunes, 22 de junio de 2009

EN EL HORIZONTE...




¡Asoma un rayo misterioso en el horizonte!

Tu imagen se proyecta contemplativa y abrazadora
en el canto silencioso del amanecer,
en el canto sereno de la brisa sonora,
en la razón de nuestro ser.

¡Asoma un rayo misterioso en el horizonte!

Tu imagen se proyecta en mis pensamientos,
en el reflejo del azul del cielo
tallado en el óleo de mis sentimientos,
en la canción interna del torrentoso anhelo.

¡Asoma un rayo misterioso en el horizonte!

Tu imagen se proyecta en el candor,
en el reflejo de los rayos del sol
energizando al viajero del amor
en la canción ícono del tornasol.

¡Asoma un rayo misterioso en el horizonte!

Tu imagen se proyecta en luces de colores,
en el reflejo del ser existencial
punzando al interior de los valores
un caminar inmanente y trascendental.

Por Luis I. Rodríguez

sábado, 20 de junio de 2009

EL "FACTOR DIOS" - José Saramago -


En algún lugar de la India. Una fila de piezas de artillería en posición. Atado a la boca de cada una de ellas hay un hombre. En primer plano de la fotografía, un oficial británico levanta la espada y va a dar orden de disparar. No disponemos de imágenes del efecto de los disparos, pero hasta la más obtusa de las imaginaciones podrá 'ver' cabezas y troncos dispersos por el campo de tiro, restos sanguinolentos, vísceras, miembros amputados. Los hombres eran rebeldes.

En algún lugar de Angola. Dos soldados portugueses levantan por los brazos a un negro que quizá no esté muerto, otro soldado empuña un machete y se prepara para separar la cabeza del cuerpo. Esta es la primera fotografía. En la segunda, esta vez hay una segunda fotografía, la cabeza ya ha sido cortada, está clavada en un palo, y los soldados se ríen. El negro era un guerrillero.

En algún lugar de Israel. Mientras algunos soldados israelíes inmovilizan a un palestino, otro militar le parte a martillazos los huesos de la mano derecha. El palestino había tirado piedras.

Estados Unidos de América del Norte, ciudad de Nueva York. Dos aviones comerciales norteamericanos, secuestrados por terroristas relacionados con el integrismo islámico, se lanzan contra las torres del World Trade Center y las derriban. Por el mismo procedimiento un tercer avión causa daños enormes en el edificio del Pentágono, sede del poder bélico de Estados Unidos. Los muertos, enterrados entre los escombros, reducidos a migajas, volatilizados, se cuentan por millares.

Las fotografías de India, de Angola y de Israel nos lanzan el horror a la cara, las víctimas se nos muestran en el mismo momento de la tortura, de la agónica expectativa, de la muerte abyecta. En Nueva York, todo pareció irreal al principio, un episodio repetido y sin novedad de una catástrofe cinematográfica más, realmente arrebatadora por el grado de ilusión conseguido por el técnico de efectos especiales, pero limpio de estertores, de chorros de sangre, de carnes aplastadas, de huesos triturados, de mierda. El horror, escondido como un animal inmundo, esperó a que saliésemos de la estupefacción para saltarnos a la garganta. El horror dijo por primera vez 'aqui' estoy' cuando aquellas personas se lanzaron al vacío como si acabasen de escoger una muerte que fuese suya. Ahora, el horror aparecerá a cada instante al remover una piedra, un trozo de pared, una chapa de aluminio retorcida, y será una cabeza irreconocible, un brazo, una pierna, un abdomen deshecho, un tórax aplastado. Pero hasta esto mismo es repetitivo y monótono, en cierto modo ya conocido por las imágenes que nos llegaron de aquella Ruanda -de-un-millón-de-muertos, de aquel Vietnam cocido a napalm, de aquellas ejecuciones en estadios llenos de gente, de aquellos linchamientos y apaleamientos, de aquellos soldados iraquíes sepultados vivos bajo toneladas de arena, de aquellas bombas atómicas que arrasaron y calcinaron Hiroshima y Nagasaki, de aquellos crematorios nazis vomitando cenizas, de aquellos camiones para retirar cadáveres como si se tratase de basura. Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que los humanos han sido capaces de inventar. Una de ellas, la más criminal, la más absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de Dios. Ya se ha dicho que las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca han servido para aproximar y congraciar a los hombres; que, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la miserable historia humana. Al menos en señal de respeto por la vida, deberíamos tener el valor de proclamar en todas las circunstancias esta verdad evidente y demostrable, pero la mayoría de los creyentes de cualquier religión no sólo fingen ignorarlo, sino que se yerguen iracundos e intolerantes contra aquellos para quienes Dios no es más que un nombre, nada más que un nombre, el nombre que, por miedo a morir, le pusimos un día y que vendría a dificultar nuestro paso a una humanización real. A cambio nos prometía paraísos y nos amenazaba con infiernos, tan falsos los unos como los otros, insultos descarados a una inteligencia y a un sentido común que tanto trabajo nos costó conseguir. Dice Nietzsche que todo estaría permitido si Dios no existiese, y yo respondo que precisamente por causa y en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel. Durante siglos, la Inquisición fue, también, como hoy los talibán, una organización terrorista dedicada a interpretar perversamente textos sagrados que deberían merecer el respeto de quien en ellos decía creer, un monstruoso connubio pactado entre la Religión y el Estado contra la libertad de conciencia y contra el más humano de los derechos: el derecho a decir no, el derecho a la herejía, el derecho a escoger otra cosa, que sólo eso es lo que la palabra herejía significa.

Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo que no existe, que no ha existido ni existirá nunca, inocente de haber creado un universo entero para colocar en él seres capaces de cometer los mayores crímenes para luego justificarlos diciendo que son celebraciones de su poder y de su gloria, mientras los muertos se van acumulando, estos de las torres gemelas de Nueva York, y todos los demás que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las páginas de la Historia. Los dioses, pienso yo, sólo existen en el cerebro humano, prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero el `factor Dios', ese, está presente en la vida como si efectivamente fuese dueño y señor de ella. No es un dios, sino el `factor Dios' el que se exhibe en los billetes de dólar y se muestra en los carteles que piden para América (la de Estados Unidos, no la otra...) la bendición divina. Y fue en el `factor Dios' en lo que se transformó el dios islámico que lanzó contra las torres del World Trade Center los aviones de la revuelta contra los desprecios y de la venganza contra las humillaciones. Se dirá que un dios se dedicó a sembrar vientos y que otro dios responde ahora con tempestades. Es posible, y quizá sea cierto. Pero no han sido ellos, pobres dioses sin culpa, ha sido el `factor Dios', ese que es terriblemente igual en todos los seres humanos donde quiera que estén y sea cual sea la religion que profesen, ese que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las intolerancias más sórdidas, ese que no respeta sino aquello en lo que manda creer, el que después de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabó por hacer del hombre una bestia.

Al lector creyente (de cualquier creencia...) que haya conseguido soportar la repugnancia que probablemente le inspiren estas palabras, no le pido que se pase al ateísmo de quien las ha escrito. Simplemente le ruego que comprenda, con el sentimiento, si no puede ser con la razón, que, si hay Dios, hay un solo Dios, y que, en su relación con él, lo que menos importa es el nombre que le han enseñado a darle. Y que desconfíe del `factor Dios'. No le faltan enemigos al espíritu humano, mas ese es uno de los más pertinaces y corrosivos. Como ha quedado demostrado y desgraciadamente seguirá demostrándose.

SARAMAGO, José. El "Factor Dios". Artículo.

viernes, 19 de junio de 2009

MIENTRAS TÚ ARDAS JUNTO AL MAR -Roberto Fernández Retamar -


Mientras tú ardas junto al mar,
Fuego,
Mientras levantes tu columna viva, dorada, real,
Fuego,
Mientras, como un árbol, crezcas en medio de la noche,
alegrándola,
Fuego,
El amor vivirá, el amor tendrá sentido, la vida vivirá,
Fuego nuestro, pájaro inmortal volando sobre las aguas
amargas y profundas del mar.


FERNÁNDEZ R., Roberto. Mientras tú ardas junto al mar. Poema.

jueves, 18 de junio de 2009

EL SEXO DE LOS ÁNGELES - Mario Benedetti -


Una de las más lamentables carencias de información que han padecido los hombres y mujeres de todas las épocas, se relaciona con el sexo de los ángeles. El dato, nunca confirmado, de que los ángeles no hacen el amor, quizá signifique que no lo hacen de la misma manera que los mortales.


Otra versión, tampoco confirmada pero más verosímil, sugiere que si bien los ángeles no hacen el amor con sus cuerpos (por la mera razón de que carecen de los mismos) lo celebran en cambio con palabras, vale decir con las adecuadas.

Así, cada vez que Angel y Angela se encuentran en el cruce de dos transparencias, empiezan por mirarse, seducirse y tentarse mediante el intercambio de miradas que, por supuesto, son angelicales.

Y si Angel, para abrir el fuego, dice: "Semilla", Angela, para atizarlo, responde: "Surco". El dice: "Alud" y ella, tiernamente: "Abismo".

Las palabras se cruzan, vertiginosas como meteoritos o acariciantes como copos.

Angel dice: "Madero". Y Angela: "Caverna".

Aletean por ahí un Angel de la Guarda, misógino y silente, y un Angel de la Muerte, viudo y tenebroso. Pero el par amatorio no se interrumpe, sigue silabeando su amor.

El dice: "Manantial". Y ella: "Cuenca".

Las sílabas se impregnan de rocío y, aquí y allá, entre cristales de nieve, circulan el aire y su expectativa.

Angel dice: "Estoque", y Angela, radiante: "Herida". El dice: "Tañido", y ella: "Rebato".

Y en el preciso instante del orgasmo ultraterreno, los cirros y los cúmulos, los estratos y nimbos, se estremecen, tremolan, estallan, y el amor de los ángeles llueve copiosamente sobre el mundo.

BENEDETTI, Mario. El sexo de los árboles. Cuento.

lunes, 15 de junio de 2009

UNA NOCHE...




¡Qué noche estrellada y encantada
vive sollozando en mis pensamientos!

¡Qué noche de suaves olores a lunada,
impregna tu huella en mis sentimientos!

Tu presencia calla las vibraciones y emociones,

tu sonrisa se hace la fiel amiga incomparable.

Una voz firme y tierna alienta sin vacilaciones
el valeroso espíritu danzante y entrañable.

En la noche el espíritu se proyecta significante
al reconocer el sentido de la inmensidad.

Una estrella guía al ingenioso principiante

desde la potente luz en la tenebrosa profundidad.

Noche estrellada en el camino pedregoso,

cabellos oscuros en el latente horizonte,
volátiles cual aroma voluptuoso

en el manantial del ilustre itinerante.

¡Oh, si hoy pudiese estrechar tus manos
y suavizar tus labios con los míos!


Por Luis I. Rodríguez

domingo, 14 de junio de 2009

EL DRAMA DEL EXISTENTE -Ernesto Sabato -


A la novela le es aplicable exactamente lo que Jaspers dice de la existencia:

La existencia es una conquista. Su modo de ser esencial es "estar en impulso". Su ritmo propio es la crisis. Es un perpetuo movimiento de flujo y reflujo, de fracaso y victoria. Sólo puede irse al reposo por la angustia, al abandono por el desafío, a la creencia por el escándalo. La vida espiritual es una continua tempestad de antinomias, cuyoss términos tan pronto se estrellan entre sí como se separan hasta la ruptura. El existente tiene que mantener los contrarios unidos en un esfuerzo de dolorosa tensión, jamás resuelta.

SABATO, Ernesto.El escritor y sus fantasmas.

sábado, 13 de junio de 2009

INQUIETUD...


La mirada se pierde en lo etéreo,
en el curvilíneo horizonte azur.
Solitario...en imaginación profunda
se contempla el inquieto desierto humano
paseante en el furtivo placer
de aquellas circunstancias al atardecer.
Lo real y lo transitorio metamorfosean
en sentidos étimos de belleza y poesía,
lo eterno y lo pasajero diásporo
en el camino de la vida.
El cuadro humano danza cual artífice
de soñadores pensamientos en la asertiva
obra teatral, la Sabiduría.
El desierto humano despierta anonadado,
ideando una figura inusual
reflejo de la falsa realidad.
Y las estrellas titilan magnánimas
proyectando la esperanza al amanecer...

&

El viajero sigue luchando en el tortuoso camino...

Por Luis I. Rodríguez

viernes, 12 de junio de 2009

GALOPE SÚBITO -Eduardo Carranza -


A veces cruza mi pecho dormido
una alada magnolia gimiendo,
con su aroma lascivo, una campana
tocando a fuego, a besos,
una soga llanera
que enlaza una cintura,
una roja invasión de hormigas blancas,
una venada oteando el paraíso
jadeante, alzado el cuello
hacia el éxtasis,
una falda de cámbulos,
un barco que da tumbos
por ebrio mar de noche y de cabellos
un suspiro, un pañuelo que delira
bordado con diez letras
y el laurel de la sangre,
un desbocado vendaval, un cielo
que ruge como un tigre,
el puñal de la estrella fugaz
que sólo dos desde un balcón han visto,
un sorbo delirante de vino besador,
una piedra de otro planeta silbando
como la leña verde cuando arde,
un penetrante río que busca locamente
su desenlace o desembocadura
donde nada la Bella Nadadora,
un raudal de manzana y roja miel,
el arañazo de la ortiga más dulce,
la sombra azul que baila en el mar de Ceilán,
tejiendo su delirio,
un clarín victorioso levantado hacia el alba,
la doble alondra del color del maíz
volando sobre un celeste infierno
y veo, dormido, un precipicio súbito
y volar o morir...

A veces cruza mi pecho dormido
una persona o viento,
un enjambre o relámpago,
un súbito galope:
es el amor que pasa en la grupa de un potro
y se hunde en el tiempo hacia el mar y la muerte.

CARRANZA, Eduardo. Galope súbito. Poema.

jueves, 11 de junio de 2009

EL DUENDE DEL BOSQUE - Vladimir Nabokov -




Yo trataba, pensativo, de encerrar entre mis trazos la silueta vacilante de la sombra circular del tintero. En un cuarto lejano un reloj dio la hora, mientras que yo, soñador como soy, me imaginé que alguien llamaba a mi puerta, suave al principio, luego más y más fuerte. Llamó doce veces y se detuvo expectante.

—Sí, aquí estoy, pase...

El pomo de la puerta crujió tímidamente, la llama de la vela ya gastada se ladeó un tanto, y él entró a saltos desde un rectángulo de sombra, jorobado, gris, cubierto con el polen de la helada noche estrellada.

Conocía su rostro. ¡Lo conocía desde tanto tiempo atrás!

Su ojo derecho seguía en la sombra, pero el izquierdo me escrutaba temerosamente, alargado, verde humo. ¡La pupila brillaba como si estuviera oxidada... aquel mechón gris de musgo de su sien, la ceja de pálida plata apenas visible, la cómica arruga junto a su boca sin bigote —todo ello intrigaba y molestaba un punto a mi memoria!

Me levanté. Él dio un paso adelante.

Su abriguito raído estaba abotonado al revés, como los de las mujeres. En la mano llevaba una gorra, no, era un fardo mal atado de color oscuro, y no había la más mínima señal de una gorra...

Sí, claro que lo conocía, incluso le había tenido un cierto aprecio, pero sencillamente no conseguía recordar dónde ni cuándo nos habíamos conocido. Y debíamos habernos visto con frecuencia, de otra manera no tendría aquel firme recuerdo de sus labios de arándano, de aquellas orejas puntiagudas, de aquella nuez tan divertida...

Con un murmullo de bienvenida estreché su fría mano, tan ligera, y luego la posé en el dorso de un sillón raído. Él se encaramó como un cuervo en el tocón de un árbol y empezó a hablar apresuradamente.

—Dan tanto miedo las calles. Por eso vine. Vine a visitarte. ¿Me reconoces? En otros tiempos tú y yo solíamos retozar y jugar juntos durante días enteros. En nuestro viejo país. ¿No me dirás que te has olvidado?

Su voz me cegó, literalmente. Me encontré turbado y aturdido: recordé la felicidad, la felicidad reverberante, interminable, irreemplazable...

No, no puede ser. Estoy solo... es tan sólo un delirio antojadizo. Y sin embargo había alguien sentado junto a mí, un ser de carne y hueso totalmente inverosímil, con botines alemanes de largas vueltas, y su voz tintineaba, susurraba —dorada, voluptuosamente verde, familiar—, mientras que las palabras que pronunciaba eran tan sencillas, tan humanas...

—Ya, ya te acuerdas. Sí, soy un duende del bosque, un gnomo travieso. Y aquí estoy, me han obligado a huir, como a todos los demás.

Suspiró profundamente, y volvieron a mi mente visiones de agitados nimbos y también frondosas sierpes de arrogante follaje, y vivos destellos de corteza de abedul como salpicaduras de espuma marina, contra el fondo de un dulce zumbido perpetuo... Se inclinó hasta mí y me miró con dulzura a los ojos. «¿Recuerdas nuestro bosque, los abetos tan negros, los abedules tan blancos? Lo han talado entero. El dolor fue insoportable, vi cómo caían crepitando mis queridos abedules ¿y qué podía hacer yo? Me empujaron a los pantanos. Lloré y aullé, troné como un avetoro, luego me fui corriendo a un bosque de pinos vecino.

»Y allí languidecía sin parar de sollozar. Apenas me había acostumbrado al mismo cuando se acabaron los pinos, ya sólo quedaban cenizas azulencas. Me vi obligado a marchar. Me encontré un bosque, un bosque maravilloso, espeso, oscuro, fresco. Pero de alguna manera no era lo mismo. En los viejos tiempos jugueteaba desde el alba hasta que el sol se ponía, silbaba con furia, aplaudía sin cesar, aterrorizaba a los paseantes. Tú te acuerdas bien, en una ocasión te perdiste en un oscuro escondrijo de mis bosques, tú y un vestidito blanco, y yo me divertí anudando los senderos, dando vueltas a los troncos de los árboles, haciendo guiños en el follaje. Me pasé toda la noche disponiendo mis engaños. Pero todo lo que hacía era para divertirme, era un puro juego, por más que me maldijerais. Pero ahora tuve que volverme serio, porque mi nueva residencia no era un lugar divertido. Noche y día crepitaban en mi entorno todo tipo de cosas extrañas. Al principio pensé que otro duende se agazapaba por allí; le llamé, escuché. Algo crepitaba junto a mí, algo había que retumbaba... Pero no, no eran los ruidos que nosotros hacemos. En una ocasión, a la caída de la tarde, salté hasta un claro del bosque ¿y qué vi allí? Gente por el suelo, algunos de espaldas, otros caídos de bruces. Bueno, pensé, los despertaré, ¡voy a ponerlos en movimiento! Y empecé a trabajar batiendo las ramas, bombardeándoles con piñas, ululando, susurrando... Trabajé así durante una hora entera, sin conseguir nada. Luego miré detenidamente y me quedé horrorizado. Un hombre tenía la cabeza separada del cuerpo y sólo los unía un frágil hilo carmesí. El otro tenía una colonia de gusanos por estómago... No pude soportarlo. Di un aullido, salté por los aires, y empecé a correr.

»Durante mucho tiempo estuve vagando por diferentes bosques, pero no encontraba la paz. O bien era la inmovilidad completa, pura desolación, mortal aburrimiento, o un horror tal que es mejor ni pensar en ello. Finalmente me decidí a transformarme en un rústico, un mendigo con su mochila, y me fui para siempre. ¡Adiós Rusia! Y entonces un espíritu amigo, el duende de las aguas, me ayudó. El pobre tipo también andaba huyendo. No salía de su asombro, no hacía sino decir: "¡Qué tiempos nos han tocado vivir, qué calamidad!". Porque, aunque en los viejos se divirtió tendiendo trampas a las gentes, seduciéndolas hasta sus profundidades de agua (¡y vaya que si era hospitalario!), cuando las tenía allí abajo las mimaba y consentía en el fondo dorado del río. ¡Qué maravillosas canciones les cantaba para embrujarles! Ahora, dice, sólo llegan por el agua hombres muertos, flotando en grupos, muchos, y el agua del río es como la sangre, espesa, caliente, pegajosa y ya no puede respirar... Por eso me llevó consigo.

»Fue a llamar a la puerta de un mar lejano, y me asentó en una costa nubosa. "Vete, hermano, búscate una espesura amiga." Pero no encontré nada, y acabé en esta espantosa ciudad de piedra extranjera. Y así fue que me convertí en humano, con el atuendo completo, cuello duro y botines, e incluso he aprendido a hablar como vosotros...».

Se quedó en silencio. Sus ojos relucían como hojas húmedas, tenía los brazos cruzados, y a la luz vacilante de la vela que se ahogaba, le brillaban unos mechones pálidos peinados a la izquierda.

«Sé que también tú languideces —su voz rielaba de nuevo—, pero tu nostalgia, comparada con la mía, tempestuosa, turbulenta, no es sino la respiración acompasada de quien duerme tranquilo. Piensa en eso: no queda nadie de nuestra tribu en Rusia. Algunos de nosotros nos fuimos en remolinos como espirales de niebla, otros se dispersaron por el mundo. Nuestros ríos maternos están melancólicos, ya no hay manos retozonas que jueguen a chapotear con los rayos de luna. Las campánulas que el azar ha querido conservar, las que han logrado escapar a la guadaña, están silenciosas, los gusli azul pálido que en tiempos servían a mi rival, el duende de los campos, para sus canciones, también permanecen en silencio. El duende del hogar, desaliñado y cariñoso ha abandonado con lágrimas en los ojos tu casa humillada y envilecida y los bosquecillos se han marchitado, aquellas arboledas patéticamente luminosas, mágicamente sombrías...

»Rusia, nosotros éramos Rusia, ¡tu inspiración, tu belleza insondable, tu magia secular! Y nos hemos ido todos, desaparecidos, empujados al exilio por un agrimensor loco.

»Amigo mío, moriré pronto, dime algo, dime que me quieres, a mí, un fantasma sin hogar, ven siéntate a mi lado, dame la mano...».

La vela chisporroteó y se apagó. Unos dedos fríos me tocaron la mano. Oí la vieja risotada de melancolía, tan conocida, que repicó una vez antes de callarse.

Cuando vi la luz no había nadie en el sillón... ¡Nadie!... No quedaba nada en el cuarto sino un aroma maravillosamente sutil de abedul, de húmedo musgo...

NABOKOV, Vladimir. El duende del bosque.

miércoles, 10 de junio de 2009

LA LITERATURA, UN CAMINO ABIERTO


“El que no quiere nada,
ni espera nada,
ni tiene nada,
no puede ser artista”.

Anton Chejov


La Literatura en su contexto busca encantar al hombre y prepararlo a la búsqueda del camino hacia el poema sinfónico, cuya tonalidad transmite significados a través de un texto. El conjunto de ideas al fluir en el entramado, proyecta una imagen que engrandece al espíritu y lo hace vivenciar el proceso histórico. La Literatura es la vida del espíritu que rompe la superficialidad cotidiana.

En la totalidad hay armonía, comprensión, sonoridad. De ahí que, la naturaleza maternal acaricia y extiende la mano a la evocación de la intimidad, a la creatividad. Una idea es la realización potencial del todo en su aventura cósmica por desarrollarse. La naturaleza es aquella madre amante de la sabiduría, amante de soñadores y encantadores a la luz de la palabra.

La Literatura es el campo abierto que ilumina cual tea a un “principiante” en el amanecer próximo de las palabras. El cultivo cotidiano comienza con la preparación del terreno textual. El terreno se torna pedregoso, al no trazar un derrotero o un camino ideal para arrancar las malezas u obstáculos que impiden el crecimiento y el desarrollo de la palabra en la producción literaria.

Al florecer el texto, comienza la emanación de nuevas situaciones análogas y paradójicas. Aquí, las palabras no son vacías en significación, sino que en ardorosa marcha triunfal germinan cual planta en átomos de vida cognitiva. El fruto de la “palabra” es la misma “palabra con sentido”. Por eso, la palabra es el fruto que hace reír, soñar, embellecer, laborar, inteligir, investigar, creer, conocer, cultivar...

La Literatura es el agua de vida en la palabra. El escritor – el principiante – es el mago de la palabra. En el teatro vivencial es el encargado de maravillar, encantar y asombrar al espectador con tan gran “don”. Es como aquel jugador de ajedrez que en franca lid posibilita el éxito de la palabra. Por eso, en esa escenificación, los personajes se tornan reales o ideales en el camino de la felicidad.

La Literatura es el sendero de la imaginación perenne que en constante reflexión llega “a una razón” lógica y a vislumbrar una simbología. Como campo de reflexión presento un texto de Arthur Rimbaud, titulado:

A una razón

“Un golpe de tu dedo sobre el tambor
descarga todos los sonidos
y da comienzo a la nueva armonía.
Un paso tuyo es el alzamiento de los nuevos hombres
y su puesta en marcha.
¡Tu cabeza se aparta: el nuevo amor!
¡Tu cabeza se vuelve: el nuevo amor!
“Cambia nuestras suertes, acribilla las plagas,
comenzando por el tiempo”, te cantan esos niños.
“Eleva hasta donde sea la sustancia de nuestras fortunas
y de nuestros deseos”, te ruega.
Llegada desde siempre, te irás por todas partes”.

La Literatura es el camino constante que genera “cultura”. Para quienes se van y para los luchadores del éxito, la Literatura es la sabia que recorre las venas del cosmos en la búsqueda de “alguien” que posibilite un “quehacer vivencial”.

La Literatura es la máquina viajera y transformadora de insignes ilusiones humanas en la búsqueda de sí mismo. Es aquella lluvia que riega el espíritu con un sinfín de contextos. La invitación está en identificar el contenido y transmitirlo a generaciones futuras. Por eso, “el partir es un dejar de ser para comenzar a ser”. Salgamos al encuentro de la palabra, expresada en la Literatura a través de la lectura.

El camino está cercano, exaltando el laberinto de la vida. Por eso, Arturo Roa Bastos dice que “... La tarea del lector es hacer que el texto no escrito se escriba en su interioridad, se proyecte en la pantalla de su intimidad, en la cámara oscura de sus sentimientos, ideas, obsesiones, recuerdos, olvidos”.

Por Luis I. Rodríguez

martes, 9 de junio de 2009

CASTILLOS DE ARENA - Gioconda Belli -




Por qué no me dijiste que estabas construyendo
ese castillo de arena?

Hubiera sido tan hermoso
poder entrar por su pequeña puerta,
recorrer sus salados corredores,
esperarte en los cuadros de conchas,
hablándote desde el balcón
con la boca llena de espuma blanca y transparente
como mis palabras,
esas palabras livianas que te digo,
que no tienen mas que el peso
del aire entre mis dientes.

Es tan hermoso contemplar el mar.

Hubiera sido tan hermoso el mar
desde nuestro castillo de arena,
relamiendo el tiempo
con la ternura
honda y profunda del agua,
divagando sobre las historias que nos contaban
cuando, niños, éramos un solo poro
abierto a la naturaleza.

Ahora el agua se ha llevado tu castillo de arena
en la marea alta.

Se ha llevado las torres,
los fosos,
la puertecita por donde hubiéramos pasado
en la marea baja,
cuando la realidad esta lejos
y hay castillos de arena
sobre la playa...

BELLI, Gioconda. Castillos de arena. Poema.

lunes, 8 de junio de 2009

SE JUNTAN DESNUDOS -Jorge Gaitán -


Dos cuerpos que se juntan desnudos
solos en la ciudad donde habitan los astros
inventan sin reposo el deseo.
No se ven cuando se aman, bellos
o atroces arden como dos mundos
que una vez cada mil años se cruzan en el cielo.
Sólo en la palabra, luna inútil, miramos
cómo nuestros cuerpos son cuando se abrazan,
se penetran, escupen, sangran, rocas que se destrozan,
estrellas enemigas, imperios que se afrentan.
Se acarician efímeros entre mil soles
que se despedazan, se besan hasta el fondo,
saltan como dos delfines blancos en el día,
pasan como un solo incendio por la noche.

GAITÁN, Jorge. Se juntan unidos.Poema.

viernes, 5 de junio de 2009

AL AMANECER...





En la noche estuvo caminando sedienta y pensativa.
Un resplandor apareció en la inmensidad,
holgando en la cabeza un tenue espectro de amor,
susurrando un pensamiento de intrigante vigor.

La luna con su esplendorosa cabellera
aprisionó consigo al amante enloquecido,
apareció un dulce aroma de ternura rondando
y una presurosa mano acarició la mía.

Los árboles movieron sus armoniosas ramas
como invitando a la danza de la soledad,
un escalofrío recorrió el paraje humano y
una lágrima de piedra brotó en la oscuridad.

Las figuras nocturnas salieron de la penumbra,
como moviéndose al son de la música celestial
una potente luz en el horizonte señaló
el camino del paraíso en el nocturnal.

Y las formas intercambiaban su sentido metafórico
en el quehacer andariego del gélido amanecer.
Los sonidos del viento reanimaron
en el crepúsculo matutino al sonriente gusano adormilado.

Por Luis I. Rodríguez

miércoles, 3 de junio de 2009

BLANCA TACITURNA -Fernando Charry Lara -


Qué día de silencio enamorado
vive en mi gesto vago y en mi frente.
Qué día de nostalgia suavemente
solloza amor al corazón cansado.

Alta, dulce, distante, se ha callado
tu nombre en mi voz fiel, pero presente
su turbia luz mi soledad lo siente
en todo lo que existe y ha soñado.

En la tarde vagando, voluptuoso
de horizontes sin fin, la lejanía
me envuelve en tu recuerdo silencioso.

Claros cabellos, cuerpo, ojos lejanos,
pálidos hombros. Oh, si en este día
tuviera yo tu mano entre mis manos.

CHARRY LARA, Fernando. Blanca taciturna. Poema.

lunes, 1 de junio de 2009

EL ESPEJO QUE HUYE - Giovanni Papini -


Una imposible mañana de invierno, en una estación muy conocida, un hombre que no conozco -de sobretodo, con dos violetas en el ojal- quería demostrarme que los hombres son felices, que la vida es grande, que el mundo es hermoso. Yo lo escuchaba con interés, sacudiendo a cada momento la ceniza de mi cigarrillo que el viento consumía sin que nunca lo llevara a la boca. Lo escuchaba sonriendo y el hombre que no conozco se acaloraba cada vez más y del humor pasaba al sentimiento, al entusiasmo y al delirio. La fuga de sus palabras rápidas, fluyentes, firmes, como si hubieran sido fundidas en ese instante, acuñadas de nuevo en algún sitio hacía poco tiempo, me llenaba de una ebriedad muy similar a la que provoca la champaña. Algo picante y saltarín, un deseo de abrazar y de llorar, de danzar, de reír de improviso...

En cierto momento su voz me dijo:

-Medite, señor, medite en la grandeza del progreso que se desarrolla bajo nuestros ojos; en el progreso que lleva a los hombres desde el pasado hasta el futuro, desde lo que ya no es más hasta lo que todavía no es, de lo que se recuerda a lo que se espera. Los salvajes no prevén el futuro, no piensan en el porvenir; no prevén ni proveen. Pero nosotros, hombres civilizados, hombres nuevos, vivimos para el futuro y a merced del futuro. Nuestra vida entera se tiende hacia lo que debe venir, está construida en previsión de lo que ocurrirá. Nuestros hombres consagran el presente al mañana (siempre, porque todo presente pasa al mañana que pasará), respetuosa y valerosamente.

“Este enorme progreso del espíritu profético es lo que hace desvanecer los peligros, lo que pone en nuestras manos las fuerzas, lo que hace descubrir nuevas posibilidades, lo que nos vuelve dueños de la tierra, del mar y del cielo y de una cosa que vale más que todo eso, oh señor: ¡de nosotros mismos!”

Pero en ese momento un tren expreso llegó a la estación. Su estruendo solemne en el cruce de las vías, su breve silbato, decidido, irritado, interrumpieron el discurso del Hombre que no conozco. Cuando el tren se calmó y no se oyeron más que sordos bufidos de la locomotora y los viajeros escaparon, el Hombre quiso todavía continuar pero yo me anticipé:

-Señor Hombre -le dije-, este tren que acaba de llegar, ¿no le ha sugerido nada que se relacione con nuestra circunstancia? ¿No ha entendido su respuesta? ¿Quiere que se la repita yo, humilde traductor, ya que puedo traducir el idioma de los trenes y de muchas otras cosas? Hasta hace pocos minutos este tren corría a una velocidad media de ochenta kilómetros por hora, pequeño mundo apiñado e iluminado a través del campo solitario y neblinoso. Y he aquí que de pronto se detiene y los habitantes de esta pequeña ciudad en fuga han desaparecido y el maquinista se seca la frente con aire poco satisfecho. Las ruedas se han detenido perezosamente sobre los rieles y los vagones vacíos y oscuros añoran las charlas de los pasajeros y las valijas multicolores. Así termina una fuga cuando se viaja sobre rieles. Pero dejemos el tren y volvamos a los hombres. En este momento se me ocurre algo absurdo y se lo digo a usted, señor Hombre, y lo digo porque no hay aquí multitudes que puedan escucharme. Si estuvieran aquí todos los que yo deseo, les diría:

“Imaginen, humanos, una cosa imposible, absurda, loca, increíble y espantosa. Imaginen que todo el mundo se detuviese de improviso, en un instante dado, y que todas las cosas permanecieran en el sitio en que estaban y que todos los hombres se volvieran inmóviles, como estatuas, en la actitud en que estaban en ese instante, en la acción que se hallaban ejecutando... Si esto ocurriera y si a pesar de todo ello continuara todavía funcionando en los hombres el pensamiento, y pudieran recordar y juzgar lo que hicieron y lo que estaban haciendo, y pudieran examinar todo lo que realizaron desde su nacimiento y meditar en lo que deseaban realizar antes de morir, ¡imagínense cuánta desesperación ardería bajo el trágico silencio de ese mundo detenido de improviso!

“No sé si tendrán el valor de escuchar lo horrible que sería. Esfuércense por unos instantes en ver a todos estos hombres inmovilizados mientras se hallaban dedicados a su tarea, anhelantes detrás de sus sueños, instigados por sus sucias pasiones, rudamente empujados por sus deseos. Véanlos esparcidos por el mundo, como suspendidos por una catástrofe que los trasmutara en fantoches pensantes, en estatuas desesperadas. Véanlos en las más repugnantes posiciones y en las más ridículas, en las más cansadoras y en las más estúpidas. He aquí al hombre sorprendido en medio de un pesado sueño con la boca semiabierta como un cadáver borracho; al hombre en el acto amoroso, extendido como una bestia jadeante sobre la mujer de párpados cerrados; al hombre que robaba en las tinieblas con falsa mirada y la lámpara que nunca más se apagará; al juez vestido de negro que dispensa el infierno y la sangre desde su alto sitial; al miserable que se arrastra por el fango de la ciudad buscando un hueso y una moneda; a la mujer que sonríe lascivamente con su rostro empolvado, en postura insinuante; al mercader de manos huesudas que gesticula para lograr diez centavos más; al campesino afanado con la aguijada en la mano tendida hacia los inmóviles bueyes; al elegante orador detenido en medio de una sonrisa y de un cumplido; al soldado que se hallaba con la bayoneta calada ante una puerta cerrada, y al homicida que preparaba sus venenos en una buhardilla, y al obrero soñoliento curvado sobre las enormes máquinas grasientas, inmóviles y siniestras, y al científico que no puede separar el ojo cansado del microscopio donde han interrumpido su danza los monstruos invisibles... “Imaginen ahora, si sus ánimos resisten, pensamientos de todos estos hombres condenados en un mismo instante ante la conciencia de su muerte. ¿Creen ustedes que habrá un solo hombre -uno solo, ¿entienden?-, uno solo que esté contento y satisfecho de ese momento en que el destino lo ha vuelto inmóvil? ¿Creen que para uno solo de estos hombres sería ése el momento de Fausto, el momento hermoso que querríamos detener, fijar y conservar para la eternidad? ¡Ustedes no creen realmente esto, no pueden creerlo!

“El señor Hombre -usted, aquí presente, delante de mí- ha dicho una gran y tremenda verdad. Los hombres piensan en el futuro, viven para el futuro, consagran perpetuamente sus días actuales a los mañanas venideros. Todo hombre no vive más que para aquello que prevé, aguarda y espera. Toda su vida está hecha de manera que cada instante tiene valor para él solamente en cuanto él sabe que ese instante prepara un instante sucesivo, cada hora una hora que vendrá, cada día un día que seguirá. Toda su vida está hecha de sueños, de ideales, de proyectos, de expectativas; todo su presente está hecho de pensamientos en torno a su futuro. Todo lo que es, lo que está presente, nos parece oscuro, mezquino, insuficiente, inferior, y nosotros nos consolamos solamente pensando que todo este presente no es sino un prólogo, un largo y aburrido prólogo, a la hermosa novela del porvenir. Todos los hombres, lo sepan o no, viven gracias a esta fe. Si de pronto se les dijese que dentro de una hora todos morirán, todo lo que hacen y lo que hicieron no tendría para ellos ningún placer ni sabor ni valor algunos. Sin el espejo del futuro la realidad actual parecería torpe, sucia, insignificante. Sin el mañana que permite esperar los desquites, las victorias, las ascensiones, las promociones y los aumentos, las conquistas y los olvidos, los hombres no consentirían más en seguir viviendo. Sin el lejano perfume del mañana no querrían comer el negro pan del hoy.

“Piensen, pues, en estos hombres detenidos de pronto, que no pueden actuar más pero que todavía piensan. Imaginen a estos hombres prisioneros de un eterno hoy, sin la liberación de la conciencia. ¿Qué pensarán estos hombres? ¡Qué dolor atroz debe roer sus vísceras y amputar sus nervios! Inmóviles en sus posiciones vergonzosas y delictivas, tristes e idiotas, sin posibilidades de esperanza, sin luz de sueños, sin dulzura de proyectos, con las alas tronchadas, las piernas atadas, las manos encadenadas, como una enorme multitud de prisioneros al estilo de Miguel Ángel, reducidos a las ataduras de sus vidas mezquinas, melancólicas, repugnantes; ataduras de esa vida que soportaban solamente con la esperanza y la expectativa de vidas más bellas y más grandes: ellos, esos condenados a la perpetua inacción, reconocerán con infinita rabia la absurda estupidez de su vida anterior. Pensarán que todo el presente era sacrificado por ellos en pos de un futuro, que a su vez se volvería presente y sería sacrificado a su vez por otro futuro y así hasta el último presente, hasta la muerte. Todo el valor del hoy estaba en el mañana y el mañana valía solamente por otro mañana y así llegaba el último hoy, el hoy definitivo, y así la vida entera había transcurrido para preparar de día en día, de hora en hora, de momento en momento lo que no llega nunca. Y ellos descubrirán esta tremenda cosa: que el futuro no existe como futuro, que el futuro no es más que una creación y una parte del presente, y que soportar la vida inquieta, la vida triste, la vida doliente por este futuro que de día en día huye y se aleja es la más dolorosa necedad de esta estúpida vida.

“Humanos, nosotros perdemos la vida por la muerte; consumimos lo real por lo imaginario, valoramos los días sólo porque nos conducen a días que no tendrán otro valor que el de traernos otros días idénticos a ellos... ¡Humanos: toda la vida es un fraude atroz que ustedes mismos traman para el daño propio, y solamente los demonios pueden reír fríamente de la carrera de ustedes hacia el espejo que huye!”

Un nuevo expreso, pitando y tronando, entró en la estación, y una vez más los viajeros huyeron y el maquinista se enjugó la frente con aire poco satisfecho. El Hombre que no conozco estaba siempre ante mí -de sobretodo, con dos violetas en el ojal-, aunque lo hubiese olvidado del todo.

-He aquí -le dije- mis ideas sobre el progreso, sobre el porvenir y sobre la vida. Ciertamente, usted no está de acuerdo conmigo pero yo estoy de acuerdo con alguien; por ejemplo, con la niebla que a menudo intenta cubrir el mundo y esconder el hombre al hombre, la miseria al desprecio, la fealdad a la melancolía. Y yo amo muchísimo, señor Hombre, los trenes que se detienen tras las inútiles fugas y la niebla que vela lo que no se puede destruir.

El hombre que no conozco se había vuelto nervioso y todo su entusiasmo había desaparecido como un hilo de humo. En vez de responder, se quitó del ojal una de sus violetas y me la ofreció. Yo la tomé con una inclinación, la acerqué a la nariz y su leve perfume me gustó.

PAPINI, Giovanni. El espejo que huye. Cuento.