sábado, 31 de octubre de 2009

JUEGO SUCIO -José Saramago -


Joven e ingenuo era cuando hace muchos, muchísimos años, alguien me convenció para que me hiciera un seguro de vida, sin duda de los más rudimentarios que entonces se ofrecerían, el equivalente a veinte mil pesetas que me serían devueltas al cabo de veinte años en el caso de que no hubiera muerto, claro está, no estando la compañía obligada a prestarme cuentas de los eventuales lucros de la minúscula inversión y de sus aplicaciones y mucho menos hacerme participar de ellas. Ay de mí, sin embargo, si no pagaba las primas respectivos. En esa época, las veinte mil pesetas eran mucho dinero para mí, necesitaba trabajar casi un año para ganarlas, de manera que fue una buena ayuda cuando me las pagaron, aunque no pude evitar un desagradable sentimiento de desconfianza que me decía, e insistía, que había sido perjudicado, aunque no supiese exactamente como. En aquellos tiempos no era sólo con la llamada letra pequeña con lo que se nos engañaba, la propia letra grande ya era un puñado de tierra que nos lanzaban a los ojos. Eran otros épocas, la gente común, entre la que me incluía, sabía poco de la vida e incluso ese poco de poco le servía. ¿Quién se atrevería a discutir, no digo con la compañía, sino con el propio agente de seguros, que tenía toda la labia del mundo?

Hoy ya no es así, perdimos la inocencia y no rehuimos discutir con la mayor de las convicciones hasta de aquello de lo que simplemente tenemos una pálida idea. Que no nos vengan pues con historias, que bien te conozco, mascarita. Lo malo es que si las máscaras mudan, y mudan muchísimo, lo que está debajo se mantiene inalterable. Y ni siquiera es cierto que hayamos perdido la inocencia.

Cuando Barack Obama, en el ardor de la campaña a la presidencia, anunció una reforma sanitaria que permitiese proteger a los 46 millones de norteamericanos no contemplados por el sistema vigente para el resto, es decir, aquellos que, directa o indirectamente, pagan los seguros respectivos, esperábamos que una ola de entusiasmo cruzara los Estados Unidos. Tal no ha sucedido y hoy sabemos por qué. Apenas se iniciaron los trámites que conducirán (¿conducirán?) al establecimiento de la reforma, el dragón despertó. Como escribió Augusto Monterroso: el dinosaurio todavía estaba allí. No fueron sólo las cincuenta compañías de seguros norte-americanas que controlan el actual sistema las que abrieron fuego contra el proyecto, también la totalidad de los senadores y diputados republicanos, e igualmente un apreciable número de representantes demócratas, tanto en el congreso como en el senado. Nunca como en este caso la filosofía práctica de los Estados Unidos estuvo tan a la vista: si no se es rico, la culpa es tuya. Son 46 millones los norteamericanos que no tienen cobertura sanitaria, 46 millones de personas que no tienen dinero para pagar seguros, 46 millones de pobres que, por lo visto, no tienen donde caerse muertos. ¿Cuántos Barack Obama serán necesarios para que el escándalo termine?

SARAMAGO, José. Juego sucio.

lunes, 26 de octubre de 2009

ADELFOS - Manuel Machado -

A Miguel de Unamuno


Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron
soy de la raza mora, vieja amiga del Sol,
que todo lo ganaron y todo lo perdieron.
Tengo el alma de nardo del árabe español.

Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna...
De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer.

En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos...;
y la rosa simbólica de mi única pasión
es una flor que nace en tierras ignoradas
y que no tiene aroma, ni forma, ni color.

Besos ¡pero no darlos! Gloria.... ¡la que me deben!
¡Que todo como un aura se venga para mí!
¡Que las olas me traigan y las olas me lleven,
y que jamás me obliguen el camino a elegir!

¡Ambición! No la tengo. ¡Amor! No lo he sentido.
No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud.
Un vago afán de arte tuve... Ya lo he perdido.
Ni el vicio me seduce ni adoro la virtud.

De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo.
No se ganan, se heredan, elegancia y blasón...
Pero el lema de casa, el mote del escudo,
es una nube vaga que eclipsa un vano sol.

Nada os pido. Ni os amo ni os odio. Con dejarme,
lo que hago por vosotros, hacer podéis por mí...
¡Que la vida se tome la pena de matarme,
ya que yo no me tomo la pena de vivir! ...

Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
De cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna.
¡El beso generoso que no he de devolver!

MACHADO, Manuel. Adelfos. Poema

viernes, 23 de octubre de 2009

LA BELLEZA - Charles Baudelaire -


Yo soy bella, ¡oh mortales! , como un sueño de piedra.
Mi seno -donde el hombre se desangra y expira-
Mudo, infinito amor al poeta le inspira,
Coronada de rosas lo mismo que de yedra.

Campea en el azul - esfinge impenetrable -:
Bajo alburas de cisne llevo un alma de nieve;
Odio los movimientos que las líneas remueve;
Lo mismo ignoro el llanto que la risa inefable.

Los poetas, absortos frente a mis actitudes
Que asumidas parecen de altivas magnitudes -
Consumirán sus días sondando las edades;

Que tengo para embrujo de amadores tan fieles,
-Espejos que trasmutan las guijas en joyeles-
Mis ojos, grandes ojos, de eternas claridades.

BAUDELAIRE, Charles. La belleza. Poema.

sábado, 17 de octubre de 2009

ÉXTASIS - Amado Nervo -


Cada rosa gentil ayer nacida,
cada aurora que apunta entre sonrojos,
dejan mi alma en el éxtasis sumida...
¡Nunca se cansan de mirar mis ojos
el perpetuo milagro de la vida!

Años ha que contemplo las estrellas
en las diáfanas noches españolas
y las encuentro cada vez mas bellas.
¡Años ha que en el mar, conmigo a solas,
de las olas escucho las querellas
y aún me pasma el prodigio de las olas!

Cada vez hallo la Naturaleza
más sobrenatural, más pura y santa.
Para mí, en rededor, todo es belleza:
y con la misma plenitud me encanta
la boca de la madre cuando reza
que la boca del niño cuando canta.

Quiero ser inmortal, con sed intensa,
porque es maravilloso el panorama
con que nos brinda la creación inmensa;
porque cada lucero me reclama,
diciéndome al brillar: "¡Aquí se piensa,
también, aquí se lucha, aquí se ama!".

NERVO, Amado. Éxtasis. Poema.

martes, 13 de octubre de 2009

EL MITO DE SÍSIFO - Albert Camus -



Los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.

Si se ha de creer a Homero, Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales. No obstante, según otra tradición, se inclinaba al oficio de bandido. No veo en ello contradicción. Difieren las opiniones sobre los motivos que le convirtieron en un trabajador inútil en los infiernos. Se le reprocha, ante todo, alguna ligereza con los dioses. Reveló sus secretos. Egina, hija de Asopo, fue raptada por Júpiter. Al padre le asombró esa desaparición y se quejó a Sísifo. Éste, que conocía el rapto, se ofreció a informar sobre él a Asopo con la condición de que diese agua a la ciudadela de Corinto. Prefirió la bendición del agua a los rayos celestes.

Por ello le castigaron enviándole al infierno. Homero nos cuenta también que Sísifo había encadenado a la Muerte. Plutón no pudo soportar el espectáculo de su imperio desierto y silencioso. Envió al dios de la guerra, quien liberó a la Muerte de manos de su vencedor. Se dice también que Sísifo, cuando estaba a punto de morir, quiso imprudentemente poner a prueba el amor de su esposa. le ordenó que arrojara su cuerpo sin sepultura en medio de la plaza pública. Sísifo se encontró en los infiernos y allí irritado por una obediencia tan contraria al amor humano, obtuvo de Plutón el permiso para volver a la tierra con objeto de castigar a su esposa. Pero cuando volvió a ver este mundo, a gustar del agua y el sol, de las piedras cálidas y el mar, ya no quiso volver a la sombra infernal.

Los llamamientos, las iras y las advertencias no sirvieron para nada. Vivió muchos años más ante la curva del golfo, la mar brillante y las sonrisas de la tierra. Fue necesario un decreto de los dioses. Mercurio bajó a la tierra a coger al audaz por la fuerza, le apartó de sus goces y le llevó por la fuerza a los infiernos, donde estaba ya preparada su roca. Se ha comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es en tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser dedica a no acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra. no se nos dice nada sobre Sísifo en los infiernos. los mitos están hechos para que la imaginación los anime. Con respecto a éste, lo único que se ve es todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y ayudarla a subir una pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro crispado, la mejilla pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de arcilla, de un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces como la piedra desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volverla a subir hacia las cimas, y baja de nuevo a la llanura. Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. Un rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedra.

Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es más fuerte que su roca. Si este mito es trágico, lo es porque su protagonista tiene conciencia.

¿En qué consistiría, en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de conseguir su propósito?. El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo.

Pero no es trágico sino en los raros momentos en se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde conoce toda la magnitud de su condición miserable: en ella piensa durante su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no venza con el desprecio.

Por lo tanto, si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con alegría. Esta palabra no está de mas. Sigo imaginándome a Sísifo volviendo hacia su roca, y el dolor estaba al comienzo. Cuando las imágenes de la tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el llamamiento de la dicha se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es demasiado pesada para poderla sobrellevar. Son nuestras noches de Getsemaní.

Sin embargo, las verdades aplastantes perecen al ser reconocidas. Así, Edipo obedece primeramente al destino sin saberlo, pero su tragedia comienza en el momento en que sabe. Pero en el mismo instante, ciego y desesperado, reconoce que el único vínculo que le une al mundo es la mano fresca de una muchacha. Entonces resuena una frase desesperada: «A pesar de tantas pruebas, mi edad avanzada y la grandeza de mi alma me hacen juzgar que todo está bien». El Edipo de Sófocles, como el Kirilov de Dostoievsky, da así la fórmula de la victoria absurda. La sabiduría antigua coincide con el heroismo moderno. No se descubre lo absurdo sin sentirse tentado a escribir algún manual de la dicha. «¿Cómo? ¿Por caminos tan estrechos...?». Pero no hay más que un mundo. La dicha y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables. Sería un error decir que la dicha nace forzosamente del descubrimiento absurdo. Sucede también que la sensación de lo absurdo nace de la dicha. «Juzgo que todo está bien», dice Edipo, y esta palabra es sagrada. Resuena en el universo y limitado del hombre. Enseña que todo no es ni ha sido agotado. Expulsa de este mundo a un dios que había entrado en él con la insatisfacción y afición a los dolores inútiles. Hace del destino un asunto humano, que debe ser arreglado entre los hombres. Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos.

En el universo vuelto de pronto a su silencio se alzan las mil vocecitas maravillosas de la tierra. Llamamientos inconscientes y secretos, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario y el premio de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El hombre absurdo dice que sí y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos no hay más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierten en su destino, creado por el, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando.

Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. Él también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada trozo mineral de esta montaña llena de oscuridad forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre.

Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.

CAMUS, Albert. El mito de Sísifo.

sábado, 10 de octubre de 2009

HORIZONTE - Vicente Huidobro -



Pasar el horizonte envejecido
Y mirar en el fondo de los sueños
La estrella que palpita
Eras tan hermosa
Que no pudiste hablar

Yo me alejé
Pero llevo en la mano
Aquel cielo nativo
Con un sol gastado
Esta tarde
en un café
He bebido un licor tembloroso
Como un pescado rojo.

Y otra vez en el vaso escondido
Ese sueño filial
Eras tan hermosa
Que no pudiste hablar
En tu pecho algo agonizaba
Eran verdes tus ojos
Pero yo me alejaba
Eras tan hermosa
Que aprendí a cantar.

HUIDOBRO, Vicente. Horizonte. Poema.

jueves, 8 de octubre de 2009

EL ESPEJO...



El espejo yace pensativo en la oscura noche,
expectante del caminante y de su preguntar...

El espejo es mi reflejo y tu reflejo es mi espejo,
tu mirar mi proyección, tus pensamientos, alas de compañía...

El espejo de la vida en su profundidad silenciosa
estremece a los cisnes en el río infantil...

Eres un silencio colgado en la muralla divisoria,
ilusión de belleza en la desnudez anclada en la soledad...

Sus rayos de arco iris deambulan sedientos
en sueños
marginales y viajeros de las épocas futuras...

Viajando en el barco de la vida, marca la bella estampa
de una orquídea secreta que proyecta el aroma del amor...


Y el barco se refleja en el agua de la mar,

tu reflejo está vivo en mi espejo vivencial...

El ruiseñor ebrio aletea en el espejo,

luchando por vencer la figura presencial,

el hombre se asusta por vencer su superficialidad

en el ámbito de la cotidianidad...


Por Luis I. Rodríguez

domingo, 4 de octubre de 2009

¡NATURALEZA Y SILENCIO!



¡Naturaleza y vida!
¡Naturaleza y silencio!
La armonía está dentro,
la alegría se comparte,
la brisa sacude el polvo
de una hoja vagabunda.
El viento mueve la hojarasca,
su melodía recuerda una canción
de cuna al amanecer.
El sol con sus penetrantes
rayos calienta la soledad
y el agua derrama su
esencia de vida cual
sonriente vigor que penetra
la tierra sedienta de compañía
para embellecer con aroma
el ambiente natural de ensoñación.
Un canal de vida se abre paso,
chocando con la hojarasca deshecha,
una tierna hoja lucha oscilante
junto a sus amigas de faena que
envidiosas de tanta belleza tratan
de cerrar el camino victorioso
de la tierna vida que angustiada
aleja los obstáculos rocosos.
Los mil trozos de soledad
son las rocas humanas que
anhelan quebrar la embarcación
personal cual tempestad
en un mundo superficial donde
la apariencia arrulla la mar
con una voz melancólica
de incertidumbre y oscuridad.
¡Qué contaminado está el mundo!
¡Qué tristeza hay en la humanidad!
¡Naturaleza y silencio,
risas fingidas al atardecer!
La brisa bate iracunda las hojas
del desencanto humano que
extingue su verdor esperanza
de una vida, luz infinita
de la razón...
¡Qué tristeza hay en la humanidad!
¡Qué lejos está la razón!



Por Luis I. Rodríguez

viernes, 2 de octubre de 2009

NOSOTROS...


Navego en el umbral de pensamientos
en presencia de tu ser me entretengo,
el yo posibilita un encuentro vespertino
en el manantial siempre estás tú...

Abro el umbral del sentimiento

alertando la presencia del silencio,
tu sentido maternal infunde confianza
en el trascender de la oscura noche...


Tu sonrisa despierta el frío de la sombra

en el murmullo del yo encantador,
el nosotros nace del encuentro dialogal

desvaneciendo la superficialidad...

Tu reflejo es mi reflejo
en el espejo
del nosotros,
somos lo que somos por nuestra apertura
al desnudar la máscara en el teatro de la vida...


Tú y yo, actores - espectadores

en el teatro del absurdo,

un pensamiento alerta al mundo,

destrucción a la cosificación humana...

El silencio interroga al yo
en la presencia del tú,
asidos de la mano, les da vida

el nosotros al valorar la libertad...


Por Luis I. Rodríguez