domingo, 19 de julio de 2009

ÉTICA DE LA BASURA - Manuel Vicent -


“En Harvard, cinco premios Nobel de Química están dedicando su vida a resolver el problema de la basura humana, y después de muchos experimentos sólo han encontrado tres salidas para tanta inmundicia: escalarla de forma deportiva, ponerla en órbita en pequeños paquetes prensados o comérsela de nuevo aquí abajo. La cumbre más alta del Estado de Maine, en Norteamérica, es una montaña de desperdicios que ya comienza a ser coronada por los alpinistas más duros; de otro lado, pronto será necesario crear grandes estaciones espaciales para depositar en ellas el detritus sobrante de este planeta antes de convertir la Luna en el primer muladas organizado de la Vía Láctea. Mientras eso no llegue, la tercera solución es todavía la única que sirve: el vertedero general de la ciudad de México alimenta a varios millones de personas, y hay en el mundo innumerables seres, sin contar las ratas, cuya única esperanza es el cubo que otros dejan en el portal de la casa. Media humanidad quiere adelgazar y la otra media está muerta de hambre.

También algunos artistas de vanguardia han intentado convertir la basura en estética incorporándola a sus cuadros o extrayendo de ellas todas las luces que posee o las formas que adopta en medio del paisaje. No existe expresionismo más directo que una ladera llena de despojos: en ella se pueden encontrar, aparte de alguna esmeralda o el cuchillo del crimen, maniquíes de John de Andrea, cabezas decapitadas de John Davies y una exposición de los mejores tápies. Las esculturas de Chamberlain están hechas con fragmentos de automóviles destrozados; Richard Stankiewicz utiliza los desechos de acero soldados, y César ha creado sus Compresiones dirigidas con ayuda de las mismas gigantescas máquinas que sirven para reducir al tamaño de una caja de refrescos las viejas estructuras metálicas, los poderosos Cadillac. En su conjunto, si uno busca la propia alma en ellos, los grandes vertederos de la ciudad pueden constituir además una escuela de formación espiritual. La ética de la basura ha estimulado una corriente artística; hoy también podría servir de horizonte a los anacoretas, a los moralistas y a los desesperados.

En los países desarrollados, la persona se define por lo que desecha: el hombre se ha convertido en un ser orgánico que tira envases, restos de comida, trompetas oxidadas, lámparas rotas, medicinas caducadas, armas homicidas, marcos sin retrato, algodones empapados de sangre, lienzos con bodegones de frutas, gatos muertos, escayolas de piernas quebradas, helados podridos, junto a residuos de salchichas que conservan todo su esplendor. De noche pasan por la ciudad los camiones triturando la materia que a uno le abandona, y los basureros, que se reflejan en las tinieblas con las botas y los tirantes fosforescentes, levantan acta del estado de la sociedad.

-Mientras la gente arroje sólo papeles, residuos de comida y plásticos, no pasa nada. Lo peor es cuando en el cubo de la basura encuentras una mano a la que le han arrancado el anillo o un cadáver acuchillado.

-Eso sucederá pocas veces –le digo a este hombre que va encaramado en el pescante de este cohete espacial.

-No crea –responde-. Aquí se ve de todo.

-¿También algún tesoro?

-No es extraño que aparezca alguna vez un fajo de billetes o el cuerpo de un recién nacido.

-Las joyas, por sus destellos, son fáciles de descubrir en la oscuridad.

-Brillan mucho más que las navajas limpias.

De madrugada se ven largas caravanas de camiones de basura con las panzas ahítas de sustancia buscando el depósito general más allá de las colinas donde se levanta una columna de humo de color de rosa, y en muchas ciudades del planeta estas comitivas son esperadas por un ejército de escaladores mendigos que sueñan con hallar un famoso botín.

Por todos los grandes vertederos corren leyendas: siempre hay una diadema de esmeraldas perdida o un cuadro de Rendir que alguien no valoró. En las crestas de estas montañas de detritus también aparecen puntos de carne que son ecologistas desnudos de rodillas, los modernos santos, y al pie de los mismos volúmenes de basura acampan igualmente otros alpinistas auténticos, policías de la brigada criminal, simples hambrientos, investigadores estéticos, contratistas y expertos en fertilizantes.

-¿Qué busca usted?

-La pistola que mató un inocente.

-¿Y usted?

-Yo sólo busco algún resto de ensaladilla para comer.

-¿Y usted?

-Yo estoy aquí porque mi amante me ha abandonado. Formo parte de la basura.

En el vertedero general de la ciudad están todas las pasiones. Los científicos saben bien que el equilibrio del planeta es el mismo del alma humana, cuyo nivel se establece por el número de envases que desecha”.

VICENT, Manuel. Ética de la basura. En Espectros.

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