lunes, 29 de marzo de 2010

EN EL ACANTILADO




Caminamos fortalecidos hacia el acantilado,
recorremos el camino con el pensamiento.
Un águila extiende sus alas
danzantes y sensibles de ilusiones.

El peregrino se angustia de la inmensidad,
el pobre árbol extiende sus ramas aventureras,
la montaña abre la puerta de la hermandad,
en las cumbres rocosas, el amor existe.

La brisa refresca el cuerpo peregrino,
en el acantilado el eco retumba adolorido.
La voz de la conciencia pregunta en el vacío
por el sentido del azul lejano en trascendencia.

La conciencia del hombre grita Libertad
en el manantial inexistente en la cima,
el árbol perplejo mueve sus alas al azar
cuando caen sus hojas de pensamientos.

Siento la mirada perdida en la cima,
una embarcación de vida en el horizonte
está devorando la mar de ilusiones,
un pensamiento gime tiempos irreales.

Sereno en mi confianza lucho con justicia
al ver una tarde oscura en la penumbra,
tus pensamientos vierten ondas de amor,
tus palabras traen aromas de rosales.

Quiero sentir la fuerza de tu pensamiento
guiando el regreso a tierra firme.
La luz hizo en mi corazón
el camino de claridad.

Por Luis I. Rodríguez

jueves, 25 de marzo de 2010

APERTURA



La angustia penetra los rayos del alma sedienta.
La oscuridad se refleja en el espejo
de la inmensidad interior.
Las noches oscuras absorben
la alegría del alma encantada.
La vigilia humana rompe las barreras
del sueño contra la fantasía.
Mira la mariposa en el recodo del camino.
Una gota de agua edifica un cambio interior.
La flor se abre a la eternidad.
El Cronopio sonríe...


Por Luis I. Rodríguez

sábado, 20 de marzo de 2010

FLOR Y CRONOPIO


Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a arrancar, pero piensa que es una crueldad inútil y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba como una abeja, huele su perfume, y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz.

La flor piensa: "Es como una flor".



CORTÁZAR, Julio. Flor y cronopio. En Historia de Cronopios y de Famas.

jueves, 11 de marzo de 2010

EL PRECEPTOR FILÓSOFO



De todas las ciencias que se inculcan a un niño cuando se trabaja en su educación, los misterios del cristianismo, aun siendo sin duda una de las materias mas sublimes de esta educación, no son, sin embargo, las que se introducen con mayor facilidad en su joven espíritu. Persuadir, por ejemplo, a un muchacho de catorce o quince años de que Dios padre y Dios hijo no son sino uno, que el hijo es consustancial a su padre y que el padre lo es al hijo, etc., todo esto, por necesario que sea no obstante para la felicidad de la vida es más difícil de hacer comprender que el álgebra y cuando se quiere tener éxito, uno se ve obligado a emplear ciertas equivalencias físicas, ciertas explicaciones materiales que, por desproporcionadas que sean, facilitan, sin embargo, a un muchacho la compresión de la misteriosa materia.

Nadie estaba tan plenamente convencido de este método como el padre Du Parquet- preceptor del condesito de Nerceuil, que tenía unos quince años de edad y el rostro más hermoso que fuera posible contemplar.

-Padre - decía día tras día el joven conde a su preceptor -, de verdad que la consustancialidad está por encima de mis fuerzas, me es absolutamente imposible que dos personas puedan convertirse en una sóla: aclaradme ese misterio, os lo suplico, o ponedlo al menos a mi alcance.

El virtuoso eclesiástico, deseoso de tener éxito en su educación, contento de poder facilitar a su discípulo todo aquello que un día pudiera hacer de él un hombre de provecho, ideó un procedimiento bastante satisfactorio para allanar las dificultades que hacían cavilar al conde, y este procedimiento, tomado de la naturaleza necesariamente, tenía que resultar bien. Hizo venir a su casa a una jovencita de trece a catorce años y tras asesorarla convenientemente la unió a su joven discípulo.

-Y bien - le pregunta -, amigo mío, ¿entendéis ahora el misterio de la consubstancialidad? ¿Comprendéis ya con menos dificultad que es posible que dos personas se conviertan en una sola?

- Oh, Dios mío, claro que sí, padre responde el encantador energúmeno -; ahora lo entiendo todo con una facilidad sorprendente. No me extraña que ese misterio constituya, según se dice, toda la alegría de los seres celestiales, pues es agradabilísimo divertirse haciendo de dos uno solo.

Algunos días más tarde el joven conde rogó a su preceptor que le diera otra lección, pues pretendía que había aún algo en el misterio que no comprendía bien y que no podría explicarse más que celebrándolo una vez más en la forma en que ya lo había hecho. El complaciente clérigo, a quien esta escena divertía probablemente tanto como a su alumno, hace volver a la muchachita y la lección vuelve a empezar, pero esta vez el clérigo, singularmente emocionado por el delicioso panorama que ofrecía a sus ojos el guapo muchacho de Nerceuil consubstanciándose con su compañera, no pudo resistirse a intervenir en la explicación de la parábola evangélica y las bellezas que con ese motivo recorren sus manos acaban por inflamarle totalmente.

-Me parece que esto va demasiado de prisa - exclama Du Parquet, agarrando al condesito por la cintura -, excesiva elasticidad en los movimientos, por lo que resulta que no siendo tan íntima la conjunción no refleja adecuadamente la imagen del misterio que hay que demostrar aquí... Si nos ponemos, exacto de esta forma prosigue el pícaro, obsequiando a su joven discípulo con lo mismo que éste ofrece a la muchacha.

-­¡Ah Dios mío, ­que me hacéis daño, padre! - exclama el muchacho -. Y además esta ceremonia me parece inútil. ¿Qué otra cosa me enseña sobre el misterio?

-­ Oh, diablos! - contesta el eclesiástico, balbuecando de placer -. ¿Pero no ves, amigo mío, que te lo enseño todo de una vez? Esto es la Trinidad, hijo mio... Hoy te estoy explicando la Trinidad, cinco o seis lecciones más y serás doctor de la Sorbona.

MARQUES DE SADE. El preceptor filósofo.

viernes, 5 de marzo de 2010

LA ARAÑA - Julio Flórez -



Entre las hojas de laurel, marchitas,
de la corona vieja,
que en lo alto de mi lecho suspendida,
un triunfo no alcanzado me recuerda,
una araña ha formado
su lóbrega vivienda
con hilos tembladores
más blancos que la seda,
donde aguarda a las moscas
haciendo centinela
a las moscas incautas
que allí prisión encuentran,
y que la araña chupa
con ansiedad suprema.

He querido matarla:
Mas... ¡imposible! Al verla
con sus patas peludas
y su cabeza negra,
la compasión invade
mi corazón, y aquella
criatura vil, entonces,
como si comprendiera
mi pensamiento, avanza
sin temor, se me acerca
como queriendo darme
las gracias, y se aleja .
después, a su escondite
desde el cual me contempla.

Bien sabe que la odio
por lo horrible y perversa;
y que me alegraría
si la encontrara muerta;
mas ya de mí no huye,
ni ante mis ojos tiembla;
un leal enemigo
quizás me juzga, y piensa
al ver que la ventaja
es mía, por la fuerza,
¡que no extinguiré nunca
su mísera existencia!
En los días amargos
en que gimo, y las quejas
de mis labios se escapan
en forma de blasfemias,
alzo los tristes ojos .
a mi corona Vieja,
y encuentro allí la araña,
la misma araña fea
con sus patas peludas
Y su cabeza negra,
¡como oyendo las frases
que en mi boca aletean!

En las noches sombrías
cuando todas mis penas
como negros vampiros
sobre mi lecho vuelan,
cuando el insomnio pinta
las moradas ojeras,
y las rojizas manchas
en mi faz macilenta,
me parece que baja
la araña de su celda,
y camina y camina...
y camina sin tregua
por mi semblante mustio
hasta que el alba llega.
¿Es compasiva? ¿Es mala?
¿Indiferente? Vela
mi sueño, y, cuando escribo,
silenciosa me observa.
¿Me compadece acaso?
¿De mi dolor se alegra?
¡Dime quién eres, monstruo!
¿En tu cuerpo se alberga
un espíritu? Dime:
¿Es el alma de aquella
mujer que me persigue,
todavía, aunque muerta?
¿La que mató mi dicha
y me inundó en tristeza?

Dime: ¿Acaso dejaste
la vibradora selva,
donde enredar solías,
tus plateadas hebras,
en las obscuras ramas
de las frondosas ceibas,
por venir a mi alcoba,
en el misterio envuelta,
como una envidia muda,
como una viva mueca?
¡Te hablo y tú nada dices,
te hablo y no me contestas!
¡Aparta, monstruo, huye
otra vez, a tu celda!

Quizás mañana mismo,
cuando en mi lecho muera,
cuando la ardiente sangre
se cuaje entre mis venas
y mis ojos se enturbien,
tú, alimaña siniestra,
bajarás silenciosa
y en mi obscura melena
formarás otro asilo,
formarás otra tela,
sólo por perseguirme
¡hasta en la misma huesa!

¡Qué importa!... nos odiamos,
pero escucha: no temas,
no temas por tu vida,
¡es toda tuya, entera!
¡Jamás romperé el hilo
de tu muda existencia!
Sigue viviendo, sigue,
pero... ¡oculta en tu cueva!
¡No salgas! ¡No me mires!
No escuches más mis quejas,
ni me muestres tus patas,
¡ni tu cabeza negra!...
Sigue viviendo sigue,
inmunda compañera,
entre las hojas de laurel marchitas
de la corona vieja,
que en lo alto de mi lecho suspendida
¡un triunfo, no alcanzado, me recuerda!

FLÓREZ, Julio. La araña. Poema