Yo no podía quitarme semejantes cosas de la cabeza. Pero un día mi amigo el arcángel, al doblar una esquina y sin darme tiempo siquiera de saludarlo, me cogió por los cuernos y levantándome del suelo con sinceridad de atleta, me hizo dar en el aire una vuelta de carnero. Las astas se rompieron al ras de la frente, y yo caí de bruces, cegado por la doble hemorragia. Antes de perder el conocimiento esbocé un gesto de gratitud hacia el amigo que se escapaba corriendo y gritándome excusas.
El proceso de cicatrización fue lento y doloroso, aunque yo traté de acelerarlo lavándome a diario las heridas con un poco de soda cáustica disuelta en aguas de Leteo.
Volví a ver hoy al arcángel, en ocasión de mi cuadragésimo cumpleaños. Con gesto exquisito me trajo mis cuernos de regalo, montados ahora en un hermoso testuz de terciopelo. Instintivamente los coloqué en la cabecera de mi lecho como un símbolo práctico y funcional: de ellos he colgado esta noche, antes de acostarme, todos mis arreos de juventud.
El proceso de cicatrización fue lento y doloroso, aunque yo traté de acelerarlo lavándome a diario las heridas con un poco de soda cáustica disuelta en aguas de Leteo.
Volví a ver hoy al arcángel, en ocasión de mi cuadragésimo cumpleaños. Con gesto exquisito me trajo mis cuernos de regalo, montados ahora en un hermoso testuz de terciopelo. Instintivamente los coloqué en la cabecera de mi lecho como un símbolo práctico y funcional: de ellos he colgado esta noche, antes de acostarme, todos mis arreos de juventud.
ARREOLA, Juan José. Caballo desarmado. En Cuentos fantásticos.
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