“Con facilidad se piensa y se acomete una empresa;
pero con dificultad las más de las veces se sale de ella”.
Miguel de Cervantes
La Literatura es el camino que guía al hombre a la conquista del saber y del cosmos. El tránsito está lleno de abrojos, de valles y montañas. El campo literario es el principio y el fin del edificio cultural. La estructura del edificio literario ahonda en aquel terreno pantanoso y lleno de abrojos para pulir el temperamento indómito de un personaje atípico e intocable por el manto de la palabra. ¡Cuántos desean ser simples espectadores! ¡Cuántas teas querrán encenderse! ¡Cuántos desean ser llamados a seguir los pasos de ilustres literatos! ¡Cuántos reniegan por el abuso de la tea cavernícola! ¡Cuántos ciegos quieren ver las maravillas existentes! ¡Cuántos sordos desean escuchar el trinar melodioso de las palabras! ¡Cuántos personajes idear una quimera! ¡Cuántos seguir el ejemplo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote! ¡Cuántos desearan entender los mensajes de Sancho! .
La cima es aquella quimera quijotesca que oscila entre el idealismo y la realidad, entre el bien y el mal. Sin embargo, la idea original palpita y centellea en el abismo de la desventura, osando al pensante a hilar ideales y realidades. El episodio que enriquece el espíritu valiente y memorable es la aventura de “los molinos de viento”, gigantes que vencieron al Caballero de la Triste Figura cuando “arremetió a todo el galope de Rocinante... y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo” . La obra cervantina transmite una dualidad temática entre la aventura y la desventura, el amor y el desamor, la justicia y la injusticia, las armas y las letras, la belleza y la fealdad, Rocinante y el jumento, el Quijote y Sancho...
Al ilustre lector queda la insaciable tarea de vivir en el todo existencial las posturas de un benemérito caminante que con su acompañante soñaron enriquecer los pensamientos de historias concretas, de aventuras en la coexistencia del misterio de la palabra en los albores del siglo XXI. La Literatura se nutre de las desventuras. La sabia literaria quijotesca está en la preocupación por ayudar al ser humano a través de sabios consejos a generar y posibilitar una salida a encrucijadas naturales. Razón tiene en enfrentar al sabio caballero el Duque, diciéndole “En fin, famoso caballero, no pueden las tinieblas de la malicia ni de la ignorancia encubrir y oscurecer la luz del valor y de la virtud” . Por eso, “has de poner en quién eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey” .
El hombre es una paradoja en constante juego. El juego de la imaginación produce una ruptura epistemológica a partir de la lectura de la obra cervantina. La escisión de la realidad está representada en la dicotomía entre la subjetividad – la naturaleza humana - y la objetividad – la imaginación, la fantasía -, como aparece reseñada en el suceso con los cabreros, en el que las aventuras fluctúan entre lo inmediato y lo fantástico.
La Literatura es un juego de espejos – verdadero símil literario -. La partida original del escritor oscila en diversas dimensiones humanas, penetrando hasta las entrañas del lector y haciéndole catarsis en las vibraciones del entendimiento. La purificación está en el compromiso y responsabilidad personal. Por eso, el hombre tiene que mirarse en el espejo del texto. Este ejercicio exige un ingrediente de valor. La valentía es la figura del esfuerzo por trascender lo mundano en la búsqueda de ideales y de fantasías. Porque “no es valentía la temeridad. Las esperanzas dudosas han de hacer a los hombres atrevidos; pero no temerarios” .
En la Literatura, el texto habla por sí mismo. Cada texto es el espejo aventurero del escritor y del lector - la imagen patética está en el Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes -. Éste semeja aquel principio de la refracción. De ahí que, en cada acción protagónica, el avezado lector se siente comprometido a imaginar posibilidades en compañía del caminante y acompañante. Por eso, el lector está en libertad de tomar posición y hacer “vivir” la palabra escrita. Con razón Don Quijote dice “la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida; y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres” .
La aventura quijotesca es nuestra realidad. La figura del caminante es nuestro yo reflejado y visualizado en la palabra hecha “risa”. ¿Quién no ha gozado con los episodios quijotescos? ¿Cuántos consejos meditados ha transmitido la Triste Figura? ¿Cuánta melancolía se ha vuelto sonrisa al despertar del letargo? ¿Cuántos problemas humanos han trascendido al éxito del saber? ¿Cuántas desventuras – aventuras transformadas en aventuras? Con razón el Quijote pregona con símiles literarios que “hombres bajos hay que revientan por parecer caballeros, y caballeros altos hay que parece que aposta mueren por parecer hombres bajos: aquéllos se levantan, o con la ambición, o con la virtud; éstos se abajan, o con la flojedad, o con el vicio; y es menester aprovecharnos del conocimiento discreto para distinguir estas dos maneras de caballeros, tan parecidos en los nombres y tan distantes en las acciones” .
Hoy la palabra está de fiesta. Danza con armonía el signo. La significación está viva en nuestro quehacer literario. El discurso cotidiano está plagado de sentidos versos. Las letras forman rompecabezas en procura de dar nuevos significados a nuestra tarea interpretativa de las obras literarias. Con razón “las letras sin virtud son perlas en el muladar” – respondió el hidalgo Diego de Miranda a don Quijote. Nuestro compromiso pende de la honestidad. Por eso, “la honestidad es una de las virtudes que el cuerpo y el alma más adornan y hermosean” .
La cima es aquella quimera quijotesca que oscila entre el idealismo y la realidad, entre el bien y el mal. Sin embargo, la idea original palpita y centellea en el abismo de la desventura, osando al pensante a hilar ideales y realidades. El episodio que enriquece el espíritu valiente y memorable es la aventura de “los molinos de viento”, gigantes que vencieron al Caballero de la Triste Figura cuando “arremetió a todo el galope de Rocinante... y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo” . La obra cervantina transmite una dualidad temática entre la aventura y la desventura, el amor y el desamor, la justicia y la injusticia, las armas y las letras, la belleza y la fealdad, Rocinante y el jumento, el Quijote y Sancho...
Al ilustre lector queda la insaciable tarea de vivir en el todo existencial las posturas de un benemérito caminante que con su acompañante soñaron enriquecer los pensamientos de historias concretas, de aventuras en la coexistencia del misterio de la palabra en los albores del siglo XXI. La Literatura se nutre de las desventuras. La sabia literaria quijotesca está en la preocupación por ayudar al ser humano a través de sabios consejos a generar y posibilitar una salida a encrucijadas naturales. Razón tiene en enfrentar al sabio caballero el Duque, diciéndole “En fin, famoso caballero, no pueden las tinieblas de la malicia ni de la ignorancia encubrir y oscurecer la luz del valor y de la virtud” . Por eso, “has de poner en quién eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey” .
El hombre es una paradoja en constante juego. El juego de la imaginación produce una ruptura epistemológica a partir de la lectura de la obra cervantina. La escisión de la realidad está representada en la dicotomía entre la subjetividad – la naturaleza humana - y la objetividad – la imaginación, la fantasía -, como aparece reseñada en el suceso con los cabreros, en el que las aventuras fluctúan entre lo inmediato y lo fantástico.
La Literatura es un juego de espejos – verdadero símil literario -. La partida original del escritor oscila en diversas dimensiones humanas, penetrando hasta las entrañas del lector y haciéndole catarsis en las vibraciones del entendimiento. La purificación está en el compromiso y responsabilidad personal. Por eso, el hombre tiene que mirarse en el espejo del texto. Este ejercicio exige un ingrediente de valor. La valentía es la figura del esfuerzo por trascender lo mundano en la búsqueda de ideales y de fantasías. Porque “no es valentía la temeridad. Las esperanzas dudosas han de hacer a los hombres atrevidos; pero no temerarios” .
En la Literatura, el texto habla por sí mismo. Cada texto es el espejo aventurero del escritor y del lector - la imagen patética está en el Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes -. Éste semeja aquel principio de la refracción. De ahí que, en cada acción protagónica, el avezado lector se siente comprometido a imaginar posibilidades en compañía del caminante y acompañante. Por eso, el lector está en libertad de tomar posición y hacer “vivir” la palabra escrita. Con razón Don Quijote dice “la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida; y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres” .
La aventura quijotesca es nuestra realidad. La figura del caminante es nuestro yo reflejado y visualizado en la palabra hecha “risa”. ¿Quién no ha gozado con los episodios quijotescos? ¿Cuántos consejos meditados ha transmitido la Triste Figura? ¿Cuánta melancolía se ha vuelto sonrisa al despertar del letargo? ¿Cuántos problemas humanos han trascendido al éxito del saber? ¿Cuántas desventuras – aventuras transformadas en aventuras? Con razón el Quijote pregona con símiles literarios que “hombres bajos hay que revientan por parecer caballeros, y caballeros altos hay que parece que aposta mueren por parecer hombres bajos: aquéllos se levantan, o con la ambición, o con la virtud; éstos se abajan, o con la flojedad, o con el vicio; y es menester aprovecharnos del conocimiento discreto para distinguir estas dos maneras de caballeros, tan parecidos en los nombres y tan distantes en las acciones” .
Hoy la palabra está de fiesta. Danza con armonía el signo. La significación está viva en nuestro quehacer literario. El discurso cotidiano está plagado de sentidos versos. Las letras forman rompecabezas en procura de dar nuevos significados a nuestra tarea interpretativa de las obras literarias. Con razón “las letras sin virtud son perlas en el muladar” – respondió el hidalgo Diego de Miranda a don Quijote. Nuestro compromiso pende de la honestidad. Por eso, “la honestidad es una de las virtudes que el cuerpo y el alma más adornan y hermosean” .
Por Luis I. Rodríguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario