Yo vivía en el encanto. En el asombro renovado, instante a instante. No creía cómo podía existir una mujer tan bella. La más bella. Además se amaba conmigo.
Una mañana, en la estación del bus, vi a otra mujer tan bella como la que me abrazaba. La misma piel canela. Los ojos de venado alerta. Grandes. Negros. Ambiciosos de cielo. Estaba contra una verja, enmarañada por el matojo sobresaliente y oloroso de unos pinos recortados. Un profesor de filosofía, de anteojos con montura negra y gruesa, de plástico, y vidrios gruesos, le hablaba de Santo Tomás de Aquino. Ella reía. Quedé desconcertado, triste. Me enfermé de silencio. La repetición de la belleza decepciona.
Ahora me amo con la enana, que nunca se baña, de pelo silvestre sin retocar, que atiende a quieness bebemos cerveza y aguardiente en la trastienda del almacén de víveres de la esquina. Ella no se empina, ni se encoge, para besarme la entrepierna.
BURGOS CANTOR, Roberto. Aflicciones de la belleza. En Artesanías de la palabra.
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