Al principio, es nada. Tan sólo un soplo,
un escalofrío de escamas, un recorrer de sombra
como nube marina que se rasga
en los radiales tentáculos de una medusa.
No se dirá que el mar se conmovió
y que de este temblor se ha de formar la ola.
Con el mecer del mar oscilan peces
y los brazos de las algas, serpentinos,
a la corriente se doblan, como al viento
el trigo de la tierra, la crin de los caballos.
Entre dos infinitos de azul la ola avanza,
toda de sol cubierta, resplandeciente,
líquido cuerpo, inestable, de agua ciega.
De lejos acude el viento, transportando
el polen de las flores y los demás perfumes
de la tierra confrontada, oscura y verde.
Tronando, la ola se envuelve, y fecunda
se lanza al viento aguardando
en el lecho de rocas negras que se erizan
de agudas uñas y vidas efervescentes.
Las aguas se suspenden en lo alto
en el instante final de la gestación sin par.
Y cuando, en un rapto de vida que comienza,
la ola se quiebra y rompe contra el acantilado.
SARAMAGO, José. En Poesía completa.
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