Como yo le he dicho, yo soy aficionado a cazar tigres. Las cosas que hace el hambre, ¿verdad? ¡Pero bueno!, cada cual tiene su manera de entretener el estómago, ¿no? Sucede que un día salí de mi casa antes del Sol y me fui a la montaña. A la montaña donde siempre los cazo, porque ahí los hay en abundancia. Amarré mi caballo en un claro de los árboles, no fuera y le fuera a servir de carnada; imagínese: uno con tigre y cuero pero sin caballo. Lejos de ahí, me senté a esperarlo, pero el tigre no vino. Pasó una hora y pasaron dos. Pasó el medio día también, y vino la tarde, pero el tigre no vino con ella. Cansado ya, vi que empezaba a oscurecer. Cuando se hizo tan negro que ni la palma de la mano se veía, caminé por entre los árboles y a tientas encontré mi caballo. Era muy noche cuando emprendía la vuelta a casa. Menos mal que al salir de la montaña y entrar en los caminos, la luna se hizo presente y me alumbró la ruta. En el pueblo, la gente tomaba el aire fresco de la noche recostada a las paredes en los taburetes, y conversaba a la luz de las colinas. No más fue verme pasar frente a las primeras casas, y empezar a correr, a meter los taburetes y las lámparas, y a encerrarse con tranca. Hasta se oía el traque traque de las puertas que se cerraban y de las trancas que caían en las alcayatas. Qué tendré yo, me preguntaba. Qué aspecto habré traído de la montaña. Pero bueno, me dije: como a la gente le hago tan poco caso...el caso es que llegué a mi casa y entré al patio por la puerta del corral. Y mire Usté, hombre: sólo cuando llego al palo de totumo donde siempre amarro el caballo...me doy cuenta de que no venía en mi caballo sino en el tigre.
SÁNCHEZ JULIAO, David El cazador de tigres. En La minificcción en Colombia.
A que genero literario pertenece este cuento
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